Más que música: la cultura rock que muta y persiste

*Por Rocío Vergara 

El sonido de la guitarra, las luces iluminando el escenario, el grito de la multitud y la emoción de los fans. “Como un diamante” abre el concierto: el primer acorde hace que la euforia se multiplique y el pogo se acreciente, una marca única del rock argentino. En los últimos recitales de Airbag la escena volvió a poner en circulación una estética y una forma de expresión que exceden a lo musical. Mientras tanto, el Movistar Arena recibe a reconocidos artistas como Fito Paéz que despliega su talento frente a un público que no hace pogo esta vez, pero que sigue atento sus canciones. En el mismo lugar y también en el interior del país, El Plan de la Mariposa crece y se fortalece con un público que canta, acompaña y salta. Y si de rock se trata, el regreso de Los Piojos marca una seguidilla de shows repletos donde se muestra la vida y la potencia del rock nacional.

Las distintas y numerosas presentaciones de diversos cantautores hace visible una pregunta persistente: cómo un género musical sigue encontrando formas de representación y circulación en el presente.

La persistencia del rock no puede leerse sólo desde la puesta en escena, requiere también, observar los discursos que lo rodean, lo explican y lo defienden a lo largo del tiempo. Sebastian Benedetti, autor de “Estación imposible, expreso imaginario y el periodismo contracultural”, entiende al rock como una práctica cultural que excede a lo musical y que se inscribe en un entramado de sentidos, valores y formas de intervención simbólica, “es un abanico muy amplio que dentro sigue incluyendo un montón de manifestaciones musicales y culturales”.

En ese marco, el rock se configura como un espacio de expresión colectiva, atravesado por disputas culturales y generacionales. “El rock nació con unas características determinadas, fue una novedad, depende de un montón de cuestiones y de los artistas, que linkean con la tradición de la cultura rock”, explica Benedetti.

El género musical no solo se define por un sonido o una estética particular, sino por la capacidad de construir identidades y de tensionar los límites de lo establecido, “el rock es una manera de ver el mundo, una cosa más contestataria, de rebelión, y de ahí es donde se da su carácter contracultural: un movimiento que complementa a la cultura oficial”, añade el periodista y docente universitario.

Revolucionario, juvenil y crítico

Hablar de la cultura rock implica pensar en un fenómeno que articula música, estética, valores, formas de sociabilidad, ideologías y posicionamientos frente al mundo. Hablar de cultura rock es pensar sobre una mirada del mundo que se compone por una variedad de ideas que tiene múltiples interpretaciones, que tienen diversos significados para cada oyente.

Desde sus orígenes, el rock se constituyó como una cultura juvenil que desbordó lo sonoro para convertirse en un espacio de identificación colectiva, que según los Rolling Stones se trata de un género musical que no puede ser definido por la música sino como “una cultura de identidad, rebeldía y cambio social, abarcando política, cine y vida popular”.

No se trata solo de canciones, sino también de modo de vestir, de hablar, de reunirse y de disputar sentidos frente a la cultura dominante. El carácter contracultural del rock se inscribe en su capacidad para poder cuestionar lo establecido, “nace en la década de los 60´s y justamente se imprime para explicar un poco todos los movimientos de esa época que rodearon al universo del rock como música”.

Sus primeras expresiones, tanto a nivel internacional como en Argentina, se visualizaron a través de los gestos, estéticas y narrativas que proponían otras formas de habitar el presente: “un montón de expresiones que iban alrededor del rock como música y que se transformaron en una forma de vida. Ese es el origen del concepto del rock como contracultura”, afirma Benedetti.

En el caso de Argentina, la historia del rock tiene otras sensaciones: marcado por un contexto social y político específico. Desde sus inicios en los años setenta, pasando por la censura y la representación durante la última dictadura militar hasta su expansión en la recuperación democrática “los 80 son la década en la que nacen las estrellas de rock, porque Argentina explota después de Malvinas”, aparecen los grandes festivales, hay mucho más público oyente, se empieza a escuchar más el rock nacional y hay una renovación en los sonidos y las bandas con el devenir de la democracia.

Fue un cambio abismal en la música para el país cuando fue la Guerra de las Malvinas. “Se había prohibido la música en inglés en las radios, de golpe se encontraron con que había que poner música en castellano porque no se podía pasar música en inglés. Automáticamente empezaron a poner al aire cosas que antes no se ponía, entonces, se empezó a escuchar mucho más rock argentino”. El florecer democrático hace que aparezcan muchos más lugares donde tocar también porque “fue un momento de apertura cultural, de una explosión”, detalla el periodista.

Su historia tampoco puede separarse de los medios que lo narran y lo pusieron en circulación. El periodismo especializado fue un actor clave en la construcción del rock como cultura, no sólo como un género musical. Revistas, suplementos culturales y programas radiales que no se limitaron a registrar lo que ocurría, sino que participaron activamente en la construcción histórica de lo que es el rock, “en aquel momento los primeros suplementos de diarios que se dedicaron al rock, aparecieron a mediados de los 80, luego emergen un montonazo más de revistas, desde la más under hasta la más masivas”, señala Sebastián Benedetti.

En sus primeras décadas, el periodismo de rock desarrolló una estrecha relación con los músicos y con el público reducido que se pensaba como parte del mismo movimiento cultural. Esa cercanía produjo una sensibilización y favoreció al surgimiento de una mirada más colectiva, “el rol de los medios fue sumamente importante para el rock y hoy lo sigue siendo”.

La guitarra, el bajo y la batería que aún suenan

El rock no se agota ni en un escenario, ni en un concierto ni en una época. Viven en los sonidos, en la música, pero también en los relatos que lo rodean, en las preguntas que habilita y en las memorias que activa. Vive en los escenarios y fuera de ellos, en las remeras de cada banda, en las tiendas callejeras que se montan en las afueras de cada espectáculo, en los “acampes” de los fans.

Actualmente, el rock no solo tuvo un cambio, sino también el público consumidor que hoy va a los conciertos, hace artesanías sobre las bandas/artistas, que es más partícipe de la cultura musical. Un público que incluye familias enteras en un recital, sin distinguir edades.

Cada recital multitudinario, cada canción que resuena, que hace vibrar el suelo y enciende una identificación colectiva, reactualiza una tradición que rehace el diálogo con el presente: la protesta, el reclamo, la manifestaciones han sido parte de la tradición de la cultura rock, dejando ver las ideas de cada artista. Como cuando Ricardo Mollo, líder de la aplanadora del rock Divididos, se pronunció en contra del gobierno nacional: “Creo que hay una situación despiadada con algunos sectores y creo que estaría bueno humanizar las cosas para que no sufran los que siempre sufrieron”.

Con el primer acorde que abre una canción y alborota a la multitud, el rock persiste como una cultura en movimiento: cambiante, discutida, apropiada por nuevas generaciones, pero que todavía es capaz de incomodar, de interpelar y de decir algo más, “dentro de este universo lo mejor que puede pasarle a uno es cuando escuchas rock y decís, este sonido me llega, me hace replantearme. Eso es rock”, concluye Sebastián Benedetti.

Agencia Comunica