
El hambre de niños y jubilados resulta poco movilizadora. Es tomado como algo inevitable. Cuando Cavallo, el economista del alucinatorio económico social que llamaron convertibilidad, habló del “costo social del ajuste” al menos fue más sincero en su inmensa caradurez. Hoy el costo social es la muerte en vida, la vida que no puede ser vivida, la vida insoportable.