El árbol de Navidad: el faro que ilumina nuestro niño interior

Desde los antiguos bosques celtas hasta las plazas argentinas de 1807, la tradición de armar el árbol sobrevive al paso del tiempo. Descubrí la historia de este símbolo que, entre luces y estrellas, nos invita a pausar el ruido del mundo para volver a creer en la magia de la Navidad..

24/12/2025
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*Por Maximiliano Cooper Pondarré 

El espíritu navideño se nutre de tradiciones que nos invitan a creer y soñar con trineos, estrellas y la llegada de Papá Noel. Mantener viva esa ilusión permite que la magia despierte al niño interior que habita en cada adulto; mientras tanto, los más pequeñoos, aguardan con una expectativa vibrante el momento más mágico del año.

Los preparativos comienzan a cobrar vida en los días previos, especialmente el 8 de Diciembre. Es tradición  de transformar los hogares decorándolos con luces, guirnaldas verdes o plateadas y las clásicas medias en la chimenea. El gran protagonista, por supuesto, es el árbol de Navidad  que se alza con sus adornos y destellos como el símbolo máximo de esta celebración.

La costumbre de armar el árbol se remonta muchos  siglos atrás con los pueblos celtas, quienes asociaban esta fecha con el nacimiento del dios del Sol y la fertilidad. Con el tiempo, la tradición adquirió un nuevo significado tras la llegada del cristianismo: el árbol pasó a representar a Dios y la vida eterna, mientras que su forma triangular comenzó a simbolizar la Santísima Trinidad.

En sus inicios, para mantener viva la tradición, estos árboles eran decorados con manzanas que representaban el pecado original de Adán y Eva, y velas que simbolizaban la luz de Cristo. Con el paso del tiempo, estos elementos se modernizaron: las frutas dieron paso a las brillantes esferas de colores y las velas se transformaron en las luces tildadas  que hoy iluminan nuestros hogares.

Aproximadamente en el año 1500, Martín Lutero, unos de los padres de la Reforma, terminó de consolidar esta costumbre. Se dice que, durante una de sus caminatas nocturnas, quedó maravillado al ver cómo el brillo de las estrellas resplandecía a través de las ramas de los árboles . Fue tal su fascinación que decidió llevar una rama a su hogar y decorarla con velas para recrear ante su familia ese mágico escenario celestial.

En Argentina, esta tradición echó raíces hace más de dos siglos. El registro del primer árbol de Navidad en nuestro suelo se remonta a 1807, cuando un inmigrante irlandés, inspirado por las costumbres que conoció en su paso por los Estados Unidos, decidió decorar un pino en una plaza pública. Aquel gesto solitario de un viajero no solo iluminó un rincón de la ciudad, sino que plantó la semilla de una ceremonia que  desde entonces, une a las familias argentinas cada diciembre.

Curiosamente, la costumbre no se hizo masiva de inmediato. Fue a mediados del siglo XIX cuando la sociedad porteña comenzó a adoptarla con fuerza, influenciada por las oleadas migratorias europeas

En 1854 el Papa  Pío IX sostuvo  que  al momento de nacer María, la madre de Dios, fue preservada del pecado original. Por lo tanto, esta fecha, fue  proclama como el Día de la Virgen Inmaculada Concepción, también el día del armado del árbol navideño.

Se eligió el pino porque es un árbol de hoja perenne. A diferencia de otros árboles que "mueren" en invierno pierden sus hojas, el pino permanece verde. Esto simboliza la vida eterna y la resistencia ante las dificultades el frío del invierno.

En un mundo donde vivimos acelerados, angustiados y muchas veces de mal humor, el árbol de Navidad ,con sus hojas siempre verdes, representa la esperanza, la unidad y el amor. Nos transporta de regreso a nuestras raíces y a nuestro niño interior; ese niño que nos permite volver a creer en Papá Noel, en las estrellas, en los trineos y, sobre todo  en la magia de la Navidad.

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